Se
la oyó gritar, ¡¡¡malditos mis muertos!!! ¡¡¡malditos mis muertos!!!
Resonaron
sus palabras en la pequeña plaza del pueblo; enjuta, desaliñada, con el juicio
perdido, miraba al cielo extendiendo su manos como queriéndolo alcanzar,
repitiendo las mismas palabras a diario una y otra vez, desde hacia años.
En
sus momentos de lúcida (in)cordura relataba y relataba sin tregua a quien la
quería escuchar, la historia de como esos muertos la habían amado y cuanto había
amado ella, que había sido joven y bien amada.
Ahora
en su locura (in)lúcida, se preguntaba ¿el porqué?, porqué ella se había quedado.
Y
seguía maldiciendo a sus muertos una día tras otro, en su inlucidacordura con las manos extendidas al vacío, esperando con ansia
reunirse con quienes la habían amado.
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